En ningún otro
momento como ahora, en que la vida es sometida de tal manera, se puede hablar
tan profusamente de amor y teatro; existiendo extraños senderos paralelos entre
este menoscabo, de la vida y el arte, fundamento de la situación actual,
cualquiera que sea, y los desvelos por una manifestación artística y amorosa que
nunca acompañó el ritmo de la vida y que en los hechos oprimen constantemente.
Pero, antes de proseguir
hablando del amor y el teatro, el mundo padece de hambre y esto hace que no sea
ello, el arte, su preocupación central. De allí que todo esfuerzo destinado a
orientar hacia la cultura los pensamientos dirigidos al hambre redunda de un
hecho artificial.No considero de urgencia asumir la defensa del amor que jamás
rescató al hombre de la pesada carga del hambre ni de la permanente
preocupación de vivir mejor. Creo que sí lo es, obtener de ello, ideas acerca
de la tremenda fuerza vital característica del hambre. Amamos a pesar del
hambre.
Hay ante todo una
fuerte necesidad de vivir confiando en eso que nos lleva a hacerlo y que cierta
fuerza pareciera orientarnos en ese sentido. Así, lo que surge desde el
interior de nuestra misteriosa existencia no debería aparecer en todos los
casos como apariencia de groseras características digestivas.
Intento decir que si
comer es una necesidad ineludible también es importante no hacer mal uso de
esto agotándolo en la sencilla urgencia de comer.
No cabe duda de que la confusión es el signo de los tiempos (y me incluyo), y el sustento útil de ésta es el divorcio o distanciamiento entre los hechos y las palabras, ideas y signos encargados de representarlos.
Tampoco cabe duda de
que no carecemos de sistemas de pensamientos y que, por su número y confusión, es
igualmente proporcional a lo irracional, a lo instintivo y lo desorientado que
suelen suceder nuestras vidas y nuestros encuentros con los caminos que no
llevaran a lo que por razón conocemos pero que con el corazón no. ¿en qué
momento se comprende que nuestra existencia está afectada por los sistemas (caminos ya creados)?. No afirmaré
que los sistemas sean de forzosa aplicación inmediata, pero esto nos conduce a
una disyuntiva: o de alguna forma
dichosos sistemas operan en nosotros y nos atraviesan, de manera que vivimos a
través de ellos, y entonces, ¿cuál es la importancia de los libros? ¿cuál es la
importancia de hacer un símil entre el amor y el teatro?, ¿cuál es la
importancia del teatro en nuestras vidas?, o no nos atraviesan, siendo
incapaces de alterar de alguna manera nuestra existencia por lo que en tal
caso, ¿qué significación tendría el hecho de que desaparezcan o aparezcan
llenando nuestra biblioteca personal?, ¿de qué se trata todo de esto, de
cantidad, de acumulación de ejemplares?. Repito ¿de qué sirven los libros?, ¿de
qué sirve el teatro, de qué el amor?.
Es necesaria la
insistencia en esta idea del amor como un cuerpo en acción que gesta en
nosotros una suerte de renovada disposición, de nuevo hálito que llega a ser en
nosotros algo así como un segundo aliento cada vez que se desvanece algo y
surge algo diferente que a lo mejor no es lo mejor. La civilización está
practicando tener sexo, cuando el amor es el gobierno de nuestros actos, aun de
los aparentemente más significantes, denotando de tal forma su indudable
presencia en las cosas por lo que solo de manera arbitraria se puede hablar de
una escisión entre civilización consiente y amor inconsciente, incurriendo así
en el absurdo de mencionar un mismo fenómeno mediante el uso de dos vocablos. ¿Es
comida o amor lo que necesitamos?
El concepto
“civilizado” está cargado de confusión. Abrimos juicio acerca de la conducta de
un hombre civilizado y del concepto que él mismo tiene de ella. Tenemos así una
primera confusión a la que nos lleva el vocablo “civilizado”. Un hombre culto y
civilizado sería aquel cuyo pensamiento está influido por sistemas, formas, signos
y representaciones. Es ésta una construcción aberrante que, en lugar de
asimilar actos y pensamientos, ha hecho crecer de manera desmesurada la
cualidad tan propia de nosotros de deducir el pensamiento de los actos mismo.
Si nuestra vida
carece de una incandescencia creativa en permanente cambio, ello se debe al
hábito arraigado que privilegia la contemplación de nuestros actos, lo que nos
extraña en apreciaciones acerca de lo que imaginamos sobre esos actos
impidiendo que ellos actúen sin interferencia de nuestra parte. Esta capacidad
es intrínsecamente humana y hasta diré que infiltra ideas que pudieron haber
permanecido como divinas, ya que no creo en absoluto que el hombre haya
imaginado todo lo sobrenatural sino que, por el contrario, ha concluido por
corromper lo que la existencia posee de divino.
Urge un cambio
radical de los conceptos acerca de la vida en momentos en que ya nada acompaña
el curso de ésta. Creemos que de esta penosa división surge la revancha de las
cosas, y dado que la poesía ya no la hallamos en nosotros la vemos resurgir
transformada en el costado oscuro de las cosas: jamás como ahora se ha visto
tal cantidad de crímenes cuyas aristas extravagantes tiene su origen en nuestra
imposibilidad de acceder a la vida o de acceder a enamorarnos completamente de
ella y los seres vivos.
Si la creación del
teatro responde a la necesidad de dar lugar a que lo reprimido pueda
expresarse, esa forma de inhumana poesía revelada en raros actos que vienen a
alterar los hechos de la vida, (como esos momentos indescriptibles con el ser
amado), prueban que tal fuerza primordial permanece intacta y que bastaría con
orientarla en mejor dirección. Tenemos la capacidad de elección. El problema de
esta capacidad está en la ceguera del dolor, del odio o quizá del miedo.
Aun habiendo
necesidad de magia, en lo profundo sentimos temor a que la vida se desarrolle
de manera plena bajo el signo de una auténtica magia.
Es conveniente que
todo aquello que se ha ido convirtiendo en actitud mecánica y sin creatividad
desaparezca y caiga en el olvido. De tal manera, sin limitaciones de tiempo y
espacio, la del teatro, al igual que el amor, solo estará limitada por nuestras
capacidades y ha de reaparecer con renovada energía. Y por eso es bueno que se
produzcan cataclismos periódicos que nos obliguen a retornar a la naturaleza
para rencontrarnos, el añejo mito de animales y piedras, de objetos cagados de
energía, de vestimentas, los cambios de look, en síntesis, todo aquello destinado
a capturar y encauzar fuerzas es para nosotros cosa ya no sin utilidad de la
que no solo debemos extraer un beneficio artístico, estático, un beneficio de
los espectadores y no de los actores (los que hacemos el día). Este es el
peligro de todo, el miedo que nos detiene, que en general podemos sacar de todo
éste cataclismo cuantiosas ganancias artísticas pero no significativas para
nuestra noches en vela abrazando la almohada.
De igual manera, el misticismo
es una creación al servicio de actores, que se manifiesta y fue creado para
actores. Toda autentica manifestación artística se sustenta en los elementos
originales que constituye lo místico, lo indescifrable, lo misterioso, hacia
esa vitalidad incontaminada expreso mi admiración por tener su raíz en el
misterio mismo de la vida y de los detalles de ésta. Ahora, lo que importa de
todo esto es como mantener una balanza en la que nadie salga afectado, en la
que todos ganemos. La vida es injusta, más que comprobado, pero esas mismas
características del corazón de un actor deben servir de ejemplo para los que no
lo somos en el teatro pero si en la vida. Ese don místico no de mutar a otras
especies si ese de pretender ser los más natural y autentico que se puede, la
capacidad de creencia, la capacidad de soñar, de renacer, de volver a
sorprenderse, de enamorarse de cuanta cosa valiosa hay en la vida. Esa es una
de la posibilidad que nos permitirán sobrevivir pero sin depredar a los demás.
Es la transgresión del momento en que tres personas quedan solas en un balsa en
el desértico mar, ¿Quién se come a quien? Son los planteamientos de Sartre. Me
los como a los dos pero me quedo solo. Es decir, cuando pierde un ser humano,
perdemos todos.
Lo que hace que
ignoremos el sentido del amor al teatro, del teatro en el amor, o del amor en
sí, es el concepto que los occidentales tenemos del esto y el beneficio que de
ellos se obtiene. El autentico amor se distingue de su arrebato y de su pasión,
de los detalles, de un adiós, de un perdón, de un abrazo no pedido, de un beso
deseado, de compartir lo que importa; y eso, más que parecer occidental,
oriental o del continente que sea, me parece: universal. Debemos romper pues,
con las limitantes espaciales.
Compelidos como
estamos a dormir o a desvelarnos, o a dormir pero despertar en pesadillas, y
por esa razón observamos con ojos sin movilidad y por demás fijos en la
conciencia, se hace dificultoso despertar y observar cuáles son los sueños y
cuál es la realidad, o cuál duele más, en enceguecernos a no entender ninguno porque
duelen de igual manera.Todo con la mirada que ya no sabe en qué ser utilizada,
porque se vuelve hacia el interior y no de manera beneficiosa, porque ese
epicentro no es más que un torbellino marítimo que provoca en ultimo instante
la inacción. Sabemos que vamos hacia el hoyo y no hay más que hacer. Así surge
la rara idea de una acción desprovista de interés, exasperada por ese anhelar
del deseo de inacción.
Toda autentica
imagen posee una zona oscura que la reproduce, y el teatro entra en decadencia
desde que el actor supone dar libertad a esa especie de contraparte alterando
así su unidad.De la misma manera que las
palabras (musicales) embebido de magia que se expresa en jeroglíficos
acordes, el teatro también, como la vida, tiene su sombra, y de entre todos los
lenguajes y artes es el único que a través de la sombra ha quebrado sus
limitaciones. Así, desde un principio se dijo que dicha sombra no le imponía
limitación alguna. Nuestra anquilosada idea del arte va enlazada con la de una
vida sin sombra, y donde, no importa en qué dirección enfile, nuestro espíritu
encontrará un completo vacío, cuando, por el contrario, el espacio permanece
pleno, inalcanzable.
Pero el teatro
autentico, que vive y se realiza en el uso de instrumentos vivos, permanece
agitando sombras en las que la vida siempre ha encontrado obstáculos. El actor (me
refiero al ser humano) que no reitera sus gestos pero continúa en su labor
gesticulante, pero cierto arremete contra las formas y tras ellas recupera lo
que sobrevivirá a tal maltrato y les da continuidad. El teatro (de
la vida) que se vale de todos los lenguajes rencuentra su camino justamente
cuando el espíritu, para manifestarse, siente la necesidad de un lenguaje.
El hombre al igual que las plantas y el
teatro necesita de esa sombra que está dada por un sol.
El ejercido del
teatro y del amor que no apuesta a nada en particular y que, sin embargo,
utilizará todo lenguaje: gestos, sonidos, palabras, pasión, gritos, retorna la
ruta original en el justo punto en que el espíritu necesitado de manifestarse
está urgido de un lenguaje. El establecimiento de un determinado lenguaje para
el teatro así como para el amor:
palabras escritas, música, luces, etc., la elección de un lenguaje, indica
cierto gusto por sus efectos, y en ese caso la cristalización del lenguaje
arrastra al teatro, el teatro la realidad y la realidad a una pared de
verdades. Es pues, estancamiento del teatro en un lenguaje: escritura, música,
luces, ruidos, señal que se encamina hacia la ruina en un corto tiempo, desde
que la selección de un lenguaje denota un gusto por la pirotecnia de ese
lenguaje, y esa momificación del lenguaje conduce a su esterilización. Así son
las palabras, como que se las lleva el viento cuando se intuye que no son verdaderas,
cuando se teme por estar encerrado, a puerta cerrada en un mundo de falsedad.
Es entonces que duele más la existencia y solo queda morir, el de apagar la
candilejas y bajar el telón.
El núcleo de este
problema, tanto para el teatro como para la vida, continúa siendo el de
adjudicar un nombre y dirigir sombras, y el teatro así como las cosas
significativas que no se sostienen en el lenguaje ni en las sombras, aniquila
de tal manera las sombra apócrifas pero también allana el camino a un renacer de
ésta a cuyo alrededor se agrupa el autentico espectáculo de la vida.
La destrucción del
lenguaje con el objeto de acercarse a la vida es una forma de crear o recrear
el teatro, de recrearse a si mismo. Pero es primordial descreer que este acto
debe ser sagrado en todo momento, o sea, reservado. Aún más importante es
sostener que no todos podrán lograrlo y que será necesario prepararse para que
eso suceda.Esto no lleva a repudiar las limitaciones tan propias del hombre y
sus poderes y a prolongar indefinidamente los límites de la llamada realidad.
Y para que esta
perorata tenga sentido, diré que se deberá afirmarse ese sentido de la vida rejuvenecido
por el teatro como representación de la
vida, allí donde el hombre se apropie de aquello que todavía no es y lo
traiga a la existencia. Y que todo lo que aún no es, pueda serlo aun si nos
atenemos, como hasta aquí, a se sencillos vehículos para el registro que
palpita dándonos oxígenos a nuestro organismo. Solo es un poco de voluntad si
así lo deseamos. Tenemos dos caminos, sea civilizado o no, siempre, se ha
dividido en dos. El de la compañía o el de la soledad, el de colectivo o el individual,
el de amor, o el odio. Elijamos lo que más conviene a nuestra vida, con el
raciocinio y con el corazón. Elijamos el lenguaje correcto con el que nos
identificamos, elijamos decir te amo si lo sentimos y elijamos el silencio si
no hay más nada que decir o por si callamos sin decir mucho y mejor actuamos,
abrazando, besando, observando o simplemente escuchando (por eso de que el
teatro está hecho de la utilización de los sentidos). De otro modo, si
mencionamos el vocablo “vida”, ha de comprenderse que no me estoy refiriendo a
ésta de la manera que se nos aparece en la periferia de los hechos sino desde
esa suerte de endeble e inquieto núcleo que las formas no llegan a tocar. Entonces,
solo entonces, ya no exitirán las carteleras, las salas de
espectáculos, los histriónicos o saltinbanquis, los mimos o los
bailarines, será el momento en el que ya no necesitaremos del teatro...
inclusive el cine. Si
hay un elemento intrínsecamente maldito en este tiempo, ése es el servilismo
tanto como para el arte como para la vida (“como trabajar para…”), con que
permitimos que nos deslumbren las formas en lugar de ser como hombres
gesticulantes que se sobreponen a las hogueras que los envuelven. Como actores
que no trabajan servilmente para un teatro donde fingen falsamente el amor,
sino como amantes que actúan construyéndolo en la vida misma.