martes, 10 de abril de 2012

El mar es, un gran ojo triste.


Los hombres, afilan sus herramientas, desenredan las atarrayas. Los hombres morenos del sol. Hombres con piel brillante. Hombres que empujan sus lanchas. ¿De qué vive la gente de éste lugar? Pescan. - por la blanda arena que lame el mar- . Ellos afilan sus cuchillos, ensangrentados de sus ropas sacan lonjas del mantaraya, otros lavan, quitan las escamas. A dos dólares, a dos dólares el boca colorada.  Hay pescado secándose en las rocas, embadurnados de sal. – Me da la impresión de que son cadáveres como las imágenes que he visto sobre la segunda guerra mundial -. Mi único acercamiento con el agua, cuando de verdad me siento parte de ella, es cuando voy a la piscina todos los días. Me levanto temprano, llegó y pongo mi bañador, hago un breve calentamiento y me sumerjo. Desaparezco. 50 kilómetros para llegar a la otra orilla, y sentirme orgulloso de mí. Avanzo siguiendo la línea azul de los azulejos que están abajo. Avanzo con las piernas, respiro en la brazada derecha, me coordino con la izquierda, soy agua. – Lo más importante en la natación no es cuánto avanzas, sino, con qué calidad lo haces, lo importante es relajarse –. Relajarse implica ir con el agua, ser ella.  Desaparecer. Cuando nado, todo mi cuerpo está concentrado en una sola actividad, es por ello que mi mente se ocupa de muchas cosas. Respiro. Tomo aire por la boca y hago burbujas con la naríz. En el puerto, las mujeres venden calamares, langostas, cangrejos, conchas, tiburón, etcétera. Aquello está impregnado de sal y sangre. Todo es húmedo. Yo me tomo fotos, con mi bronceado, con mis gafas, y veo un barco, un helicóptero, vea la gente. Ellos (los pescadores) preparan sus lanchas, se aproximan y bajan al mar. Otros suben y traen la pesca, la ganancia. Hombres que le arrebatan al mar lo que le pertenece, y es por eso que de vez en cuando el mar se venga y nos arrebata a un hombre. Mientras otros bailan degustando de un platillo de langostas y filetes de res, pagando por que un conjunto musical toque sus canciones favoritas; otros buscan desesperados que un amor se le ha ido. – Yo le llamaba, le llamaba. Luego me dijeron que estaba desaparecido -. Cuando nado todos los días en la piscina, desaparezco. Te vas Alfonsina vestida de mar, que poemas nuevos fuiste a buscar. El mar es, como un cielo caído. La madre de Ulises ya no espera como Penélope, camina en busca de su hijo, camina hacia el horizonte del mar, se va y solo queda sobre el agua su velo mientras Penélope desesperada la ve, a la orilla de las olas. En la piscina el agua es estática, está muerta. En el mar el agua se mueve ¿por qué se mueve el agua?, porque está viva, porque el mar está vivo. De repente las olas son más fuertes y el guardavidas anuncia con su silbato que la gente debe salirse porque es la hora en la que la marea sube, pero la gente no entiende cuando se divierte. – “La gente está sentada tranquilamente, tomando el café mientras observa su televisor donde transmiten las estadísticas de los muertos… y siguen tomando el café tranquilamente” -  (Alejandro Casona “La Barca sin Pescador”).  Tres muchachos, hermosos muchachos, jóvenes, vivos, entran al mar, dos de ellos se salvan, el otro, desaparece.  – Hay marea roja - ¿Por qué el mar se pone rojo? No hay otra explicación, es sangre. El mar llora sangre. Está cansado, está furioso. El mar, no es “El mar” es “La mar”; porque es mujer, porque es madre. La mar sangra como una mujer en su periodo, llora como una mujer que ha perdido a sus hijos. Y se venga como una madre furiosa.
La mar es más inmensa que la tierra. ¿Y si me voy en esa dirección, recto, hacia el horizonte, voy a dar a Japón? …una voz antigua de viento y de sal, …Y te vas, más allá, como en sueño Alfonsina, vestida de mar… El mar es un gran ojo triste, de madre. El mar es un cielo caído, a donde va la madre de Ulises, a donde va Alfonsina, y donde se pierde Ulises. Un Ulises que fue vomitado nuevamente, entregado a una mujer que no sabe, que no ha sido madre. La mar se venga y tiene compasión de una mujer de cabellos ondulados (un cabello de mar o un cabello de sol), es Penélope.  Hace mucho, pienso, mientras avanzo hacia el otro lado de la piscina, perdí un Ulises y a una Alfonsina, arrebatados por una carretera y no por el agua. Avanzo y perfectamente podría quedarme, parar, detenerme en medio de la nada líquida, silenciosa, vacía y desaparecer de verdad en aquel largo carril de la piscina, aquella carretera. Eso pienso mientras nado, mientras avanzo. Pienso en Ulises y su angustia, porque él a diferencia de Alfonsina y la madre, no quería desaparecer en ese, inmenso, pero inmenso, cielo  - caído – Ulises que quería volver a ver a su Penélope. Un Ulises que volvió en una caja de madera envuelto, no en sal, sino en un montón de café. Y todos en el velorio tomamos café tranquilamente mientras otros comen langostas y pagan porque les toquen una canción que los hará bailar. Esa es la vida, esa es la mar. Te abrazo Penélope. No vuelve Ulises y nunca volverá, como Alfonsina, o como la madre. Me quedo en medio del carril, de la carretera, me termino mi langosta, corro a tomar café en un velorio y te abrazo Penélope, te abrazo para que descanses un instante y hablemos de lo salada que es la vida mientras caen de nuestros ojos gotas de mar.

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