lunes, 5 de septiembre de 2011

SOBRE EL PLACER Y SUS TRANS-(DE)FORMACIONES analogía de lo sexual con lo literario.

“Al final lo único que nos diferencia de los animales es nuestra capacidad para convertir un simple instinto incontrolable (procrear) en un sofisticado arte: El Sexo”

Miss Shangay Lily (2002),  SEXO DESCONOCIDO:
Mari, ¿me pasas el poppers?, Janés Editores, Barcelona.


Recuerdo que hace años hice de las mías (manos) una práctica esencial-libidinosa[1] en la obtención de Libros. Robarme los libros había sido un hábito excitante cuasi-estético y deliberado. Primero por el hecho mismo de robar (la adrenalina rodeando mi ser y la periferia), y luego, el objeto del deseo, el sustento, la inspiración: el libro. Arrasando con las múltiples y concentradas librerías de usados en el centro –lo cual implica un valor sumun intrínseco porque antes perteneció a otra persona y extrínseco porque en ellos están aún marcas, tachaduras, dedicatoria, etc. de su anteriores dueños -, pasando por bibliotecas (incluso las que cuentan con un arsenal de vigilancia) nacionales e internacionales, públicas y privadas hasta la osadía de hacerlo en congresos, iglesias, casas de amigos e inclusive tiendas (os recomiendo escuchar a Liliana Felipe). Llegué a perfeccionar, gracias a la práctica constante - como todo buen profesional, una técnica y un método psicomotriz que me enorgullecía, cosa que nunca negué y  hasta compartí. Robé para mí y mis amigos. Les enseñé a los más avispados y necesitados de un pro-ducto,  cómo hacerlo, cuándo, dónde, hasta lograr una fama inmoral que a la fecha no puedo quitarme, ni quiero.

Nunca he querido etiquetar las cosas, pero creo haber llegado a la Cleptomanía[2] en su superficie, ya que no realizaba el hurto por el hurto, sino más bien, el placer se reducía en primer lugar a completar una biblioteca muy variada según mi interés. Diccionarios, filosofía, teoría literaria, ensayos, foto, teatro, cine, novela, investigación, cuentos, poesía, libros sobre poesía, biografías, clásicos y contemporáneos,  de música, de danza, de ópera y alguna que otra trivialidad, etc.; con los precios más variados del mercado. En segundo lugar y en un plano más profundo de placer se encontraba el acto de presumir el libro y contar la historia de cómo lo obtuve a mis allegados (cosa humorísticamente indescriptible).

Una de las osadías más terribles fue en la Feria Internacional del Libro en el año 2009, si no me equivoco, con planear y ejecutar el acto de quitarle la etiqueta con el código de barra antes de sacarlo del establecimiento. Un libro demasiado caro para comprarlo, un libro demasiado necesitado por mi vista y mi estante, un libro completo y grande, específico, con imágenes como me gustan, con una edición envidiable, portada alucinante y una desenvoltura de páginas motivantes, una tipografía de letra que si bien no muy grande, pero agradable, con sus respectivas cursivas, frases en latín, con sus respectivos pies de página, en fin, un libro que me gritaba desesperado - “debes sacarme de este encierro, debes comerme, sedúceme y me iré contigo, róbame tú-primitivo- con tus dedos sucios, ¡hazme tuyo!, fui hecho para ti” -. Ahí estaba yo junto al vigilante, y como cual maniático voyerista y pecador,  frente a sus narices, transgrediendo su presencia, cometo el “acto”.

Para rareza de muchos, en  los últimos años mi afición ha ido declinando gracias a que siempre están los mismos libros y ya no tienen validez alguna, pero en parte, porque ya los tengo, otra porque sospecho que mi fama ha transitado de tal manera que cada vez que me acerco a X establecimiento de venta de libros, o biblioteca, noto ante mi presencia una rara reacción de los guardas, de que ya saben (historias urbanas) pero no lo tienen comprobado, en algunas incluso han llegan a poner restricciones severas. Sus ojos se delatan y a veces siento delirio de persecución, ojos como en la película Metrópolis: al acecho vigilando que realice un signo, pero me mantengo hetero-neutro. Sigo yendo a esos lugares con la desfachatez y sencillez que caracteriza a alguien tan depravado como yo, que desde chico sintió adrenalina por lo prohibido.

Lo que no saben los acechantes es que los sistemas evolucionan, a pesar de que están pendientes de mí como un asesino en serie o pederasta, no pueden pillarme. Últimamente no lo hago, no porque no pueda, sino porque ha dejado de ser una práctica - como todas las prácticas - agotadas para mí (esto es parte de uno de los síntomas de la enfermedad: ser insaciable, hasta evolucionar a otro estado o volverse retro). La técnica pudo haber evolucionado pero mi interés ya no (y ahí, yo gano porque quedan burlados).  Como lo dije anteriormente, quizá sea porque ya los tengo casi todos, o porque, y en un plano feo, es que, en los últimos años me han robado, mis propios discípulos en mis narices diciendo luego cuando les reclamo, me dicen ladrón que roba a ladrón… (cosa no gustable/ se cumple eso de pagar todo en vida). Habría que hacerme un psicoanálisis para entender estas variables por las cuales he cometido tan extraño giro a costa de las represalias de mis fans con el pago de volverme trágico y patológico de volverme normal.

Lo cierto es que sigo sintiendo placer en tener un libro nuevo,  pero comprado (conste que esto no es una reivindicación moralista sobre el hecho, es más, podría ser aún más inmoral, por eso de relacionar dinero con placer - quizá ahí, radique la nueva filia – y eso me reivindica “árbol que nace torcido…”). Sí, comprado, intercambio dinero por producto, lo cual no es importante. Ahora es el libro en sí, el libro por el libro. (no me voy a detener en lo de forma y contenido por si se lo estan preguntando, ya que tu pregunta me es absurda) Lo que me causa una adrenalina, como lo declararía Mia Farrow en sus memorias y por lo cual estoy enamorado de ella, y que una vez fue uno de mis estados de FB  es esa pasión por tener físicamente, tangible la verdad o la ilusión de ésta, donde lo surreal se hace real y donde lo platónico deja de serlo y en forma clásicamente glotona y sucia (Una de las tantas cosas con las que me identifico con ella. La aglomeración, claro, pero no de hijos):

“Descubrí que a través de la palabra escrita podía viajar fuera de los límites  de mi propia conciencia, penetrando en otras mentes, otras sensibilidades y viviendo cualquier experiencia imaginable. Incluso ahora cuando llevo a casa un libro nuevo, mi corazón late un poco más de prisa y me embargan un hormigueo y una ansiedad que oculto a los demás”.
                                                                                                               (Mia Farrow)


Seguramente la evolución no fue más que involución. Ahora siento placer en tener dinero y comprarme  uno (hay muchas cosas del placer que todavía uno no entiende, y la culpa la tengo yo por aceptar al Sistema y mi adaptación a las dicotomías). Tal fue el caso de esta última feria de libro donde obtuve uno sin igual, al que me refiero en la inicial cita.

Como ven, el placer es tránsito y variopinto. El placer no solamente te lo da el acto sexual sino todo aquello que te hace sentir igual, según yo, en comparación: comer, beber, dormir, charlar, reír, suspirar, etc… el mundo de los placeres por los que los seres humanos deberíamos regirnos.

Aquí os dejo una parte del libro de Miss Shangay Lily como una fotografía de su portada, donde solo se ve parte de un cuerpo, para seducir (libro que pude haberme robado pero que no lo hice, ya que según mi objetividad-subjetiva actual, tendría más valor si lo compraba (precio, $1) y a la orden, siempre y cuando no me lo roben). A continuación un pedacillo de carne literaria, que considero muy poética acerca de construir un cuarto oscuro en tu propia casa e invitar a tus amigos, a propósito de los placeres y su evolución a planos inimaginables; y de los giros que éstos pueden dar. Animémonos entonces a experimentar el jugoso éxtasis de la estética en los libros.

N de no siento nada… pero siento todo (El Cuarto Oscuro).


…Para aquellos que no acaben de comprender el concepto y mecanismo de tan ilícita institución, pasemos a detallar los requisitos mínimos para su puesta a punto a sabiendas de que su estructura nuclear es tan simple que cualquiera puede improvisarlo…

…Prosigamos con la luz- más bien sin esta- El grado  adecuado de oscuridad es un delicado equilibrio de matices que pueden ir desde la torpe negritud absoluta del amateur hasta la estudiada semipenumbra éclatante del entrepreneur extraordinaire. En efecto, conseguir el punto justo de opacidad requiere un grado de profesionalidad-conocimiento-perfección que raramente se encuentra entre neófitos y difícilmente se consigue en los primeros intentos. Es esa característica oscuridad opalescente que invita a la indolente mezcolanza de laisser faire y dolce far niente tan efectiva entre los más reacios y tan apreciada por los más expertos connaisseaurs. Baste decir a modo de pista que debe existir la sombra, debe poder denotarse un cierto concepto de volumen, para percibir el movimiento y la vacuidad… pero no mucho más. Dejad que vuestra imaginación os ilumine… pero ateneos luego a las consecuencias, claro.
Existe un tercer factor esencial que cabe tener en cuenta. Un factor que, a fuerza de ser sutil, etéreo y elegante, muy a menudo suele pasarse por alto y que determina la verdadera seriedad de nuestra empresa cuartooscurera. Este dato discierne claramente entre el ridículo cuateque quinceañero y el serio ambiente de decadente perversión profesional: el silencio. En efecto, no puedo insistir lo suficiente sobre cuán esencial es mantener ese respetuoso silencio - ocasionalmente roto por voluptuosos susurros o ahogados gemidos amorosos - que  solo un verdadero cuarto oscuro profesional o una solemne capilla (tan proclives ambos al arrodillamiento) requieren.

Finalmente cerremos esta densa y oscura reflexión con un acercamiento a dos contra-efectos fundamentales para cualquier cuarto oscuro que se precie: la voz y el mechero. En efecto el contra-efecto da realce. Un fugaz destello, un esporádico sonido, una espectral aparición de segundos que se evapora no hace sino engrandecer y subrayar las ausencias. Así consigue el doble efecto de recordarnos y deslumbrarnos el recuerdo, subrayando la posterior oscuridad y silencio; solo conseguiremos ensalzar nuestro logro si rompemos eventualmente su monotonía.



[1] Libido (del latín libido, placer o lujuria), en teoría psicoanalítica, la energía del ello y parte principal de la mente inconsciente responsable de los actos creativos. Según la teoría de Sigmund Freud, quien sentó las bases del psicoanálisis, la libido es algo parecido al instinto sexual. La creación artística es una expresión del instinto sexual recanalizada, o sublimada gracias a la acción del yo que sirve para controlar el comportamiento, conteniendo las exigencias del ello.
[2] Cleptomanía. (Del gr. κλέπτειν, quitar, y manía). f. Propensión morbosa al hurto.

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