miércoles, 21 de septiembre de 2011

El cuento de lo que era pero que no le era en sí, que aun no siendo lo que era, le era lo que es en sí, un cuento

El esfínter que no retenía
   lo que era la realidad
    de lo que era en sí
la fantasía

Felipe, que era un piojito negrito, negrito, vivía con su mamá en una cabeza de un cipote chorreado de seis años. Preocupada la mamá de Felipe no había descubierto cuál era en sí el problema que le aquejaba a su pobre hijo. Probó de todo. Acudió a los brujos garrapatas que le recomendaron preparar alguno que otro menjurje con caspa de no sequé, y nada. Hasta se cambió al cristianismo y le suplicó a su dios único (que no es trillizo como el de los católicos), curador de la sequía y la calvicie, con la esperanza de que le sanara lo que era en sí el mal de que padecía diariamente Felipe. Y es que, lo que más le preocupaba a la mamá de Felipe era lo que eran las habladurías de las gentes, que andaban diciendo por toda la faz de la cabeza, que su casa hedía a meado hediondo y fermentado. - ¡Ve ya tisiste otra ve! - Le decía, cuando apenas alumbraba el amanecer, mientras se ponía su mantilla de encajes y revuelos. - ¡Sacá la tijera pa fuera pa que se asoleye, sino se va jieder toda la casa a chuquilla encurtida, piojillo jediondo! - replicaba con un riendazo. Felipe, triste, triste no entendía cómo es que amanecía todo empapado si ya estaba más grandecito.

Felipe mientras dormía, siempre soñaba que jugaba con los otros piojitos entre los matochos de pelo morocho de la cabeza del cipote de seis años. Una vez soñó que jugaba a la pelota – perense que quiero echar una raña aquí en este pelo frondoso – y lo hizo. Dio un brinco a las cuatro de la madrugada gritando – ¡ches, ya me chispiastes!- le dijo su mamá que dormía junto a él por ser pobres. – ¡Ay no negrito, ya ni sé qué hacer con vos, si eso que tenés ya nues deste mundo, eso que tenés dialtiro ques diotro! – Y así transcurrían los días mientras Felipe se hacía más grande, mientras su esfínter no comprendía entre lo que era un sueño de fantasía de lo que era en sí la realidad.

Por ultimas la nana’e Felipe tuvo que llevarlo donde un doctor que era un piojo chelon, pa’ pedirle a ultimas que le ayudara con el problema de Felipe. – Ejte piojito lo que tien, ej que ejtá ajustado, a éjte algún ejpíritu maligno me lo ha corrompido. Pue le vamo a dar ejto mire, pa que le apacigüe el susto – dijo el docto, pero nada. Era ya lo último en lo que iba a incurrir la mamá de Felipe; lo último, porque había gastado, y ahí, sí que ya no. Pues ni la medicina de este mundo ni la de Dios podía contra el mal de Felipe, ¡pobre negro Felipe! que se hacía pipí en la cama porque su esfínter no reconocía lo que ya dije. – Yas tas grándijo, ¿qué no sentís lo calientito cuanto se te viene?, vamua tener que poner plástico – dijo ya resignada la mamá de Felipe de pues mucho reflexionar. Y así, dormían sobre un plástico, mientras pasaron tantos amaneceres.

Sin duda, Felipe, dejó de orinarse en la cama sin saber cómo ni por qué, cuando se quedó solo, ya que su mamá desapareció un día, no sabiendo si se la arrebató la guadaña de un peine fino o se fue en la peloneada apocalíptica que sufrió la cabeza donde vivían; que fue la desgracia que lo llevó a mudarse a la cabeza de otro cipote que tenía lo que es, trece años.

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