miércoles, 12 de octubre de 2011

Una foto con nota



He deseado estar tranquilo, estático, lo he intentado, hacer un poco de yoga, respirar tranquilamente, caminar despacio, caminar mucho, pensar, escuchar, estar sentado en mi cama observando cada una de las cosas con sus calcetines puestos, lo he hecho. Como también he corrido mucho, caminado por toda la  ciudad (a veces de madrugada) mojado por la lluvia y mojado en lágrimas (el único baño), fumar tantos cigarros que ni me acuerdo, intentar lavar platos o mi ropa, o hacer algo que me ocupe, tararear lo poco que me acuerdo de la música que algún día tuve, soñar con alguna película que vi, leer o fingir leer en un parque, ver la comida y vomitar, hundirme en las sábanas, todas las que tengo, escuchando el goteo y alguno que otro auto pasar, pensando en que es momento dejarlo todo y volver donde no me esperan, donde se oculta el sol, donde yacen recuerdos de los cabellos rizados de una mujer que me parió. Salgo de entre las sábanas, al medio día y estoy desorbitado, me veo al espejo, una barba tan grande que recorre las aproximadamente 90 gradas del edificio, hasta el suelo y luego pasa por los girasoles hasta allá, envolviéndolo todo, como una enredadera, injertada al suelo, a las alcantarillas, a los árboles, los pájaros hacen su nido, y la gente no se sorprende, no me detiene, no me avisa, soy todo barba. 

Vuelo a despertar (4:01 a. m.), me veo al espejo, tomó lo que no me pertenece lo embolso, hago una nota y la  coloco en una foto, me pongo ropa deportiva salgo corriendo sin pensarlo, hasta cansarme, hasta tener cólico, hasta sudar lágrimas, hasta vomitar lágrimas deteniéndome en un árbol, arrodillado, agotado, solo, sin que nadie me vea, y de repente veo hacia arriba y no tiene hojas sino restos de mi barba. Llegadas las seis, tomo la foto y la imprimo.

- ¿A colores?- No,  en escala de grises por favor.

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