martes, 31 de enero de 2012

para cuando el teatro desaparezca... incluso el cine




En ningún otro momento como ahora, en que la vida es sometida de tal manera, se puede hablar tan profusamente de amor y teatro; existiendo extraños senderos paralelos entre este menoscabo, de la vida y el arte, fundamento de la situación actual, cualquiera que sea, y los desvelos por una manifestación artística y amorosa que nunca acompañó el ritmo de la vida y que en los hechos oprimen constantemente.

Pero, antes de proseguir hablando del amor y el teatro, el mundo padece de hambre y esto hace que no sea ello, el arte, su preocupación central. De allí que todo esfuerzo destinado a orientar hacia la cultura los pensamientos dirigidos al hambre redunda de un hecho artificial.No considero de urgencia asumir la defensa del amor que jamás rescató al hombre de la pesada carga del hambre ni de la permanente preocupación de vivir mejor. Creo que sí lo es, obtener de ello, ideas acerca de la tremenda fuerza vital característica del hambre. Amamos a pesar del hambre.

Hay ante todo una fuerte necesidad de vivir confiando en eso que nos lleva a hacerlo y que cierta fuerza pareciera orientarnos en ese sentido. Así, lo que surge desde el interior de nuestra misteriosa existencia no debería aparecer en todos los casos como apariencia de groseras características digestivas.

Intento decir que si comer es una necesidad ineludible también es importante no hacer mal uso de esto agotándolo en la sencilla urgencia de comer.

No cabe duda de que la confusión es el signo de los tiempos (y me incluyo), y el sustento útil de ésta es el divorcio o distanciamiento entre los hechos y las palabras, ideas y signos encargados de representarlos.

Tampoco cabe duda de que no carecemos de sistemas de pensamientos y que, por su número y confusión, es igualmente proporcional a lo irracional, a lo instintivo y lo desorientado que suelen suceder nuestras vidas y nuestros encuentros con los caminos que no llevaran a lo que por razón conocemos pero que con el corazón no. ¿en qué momento se comprende que nuestra existencia está afectada por los  sistemas (caminos ya creados)?. No afirmaré que los sistemas sean de forzosa aplicación inmediata, pero esto nos conduce a una disyuntiva: o  de alguna forma dichosos sistemas operan en nosotros y nos atraviesan, de manera que vivimos a través de ellos, y entonces, ¿cuál es la importancia de los libros? ¿cuál es la importancia de hacer un símil entre el amor y el teatro?, ¿cuál es la importancia del teatro en nuestras vidas?, o no nos atraviesan, siendo incapaces de alterar de alguna manera nuestra existencia por lo que en tal caso, ¿qué significación tendría el hecho de que desaparezcan o aparezcan llenando nuestra biblioteca personal?, ¿de qué se trata todo de esto, de cantidad, de acumulación de ejemplares?. Repito ¿de qué sirven los libros?, ¿de qué sirve el teatro, de qué el amor?.

Es necesaria la insistencia en esta idea del amor como un cuerpo en acción que gesta en nosotros una suerte de renovada disposición, de nuevo hálito que llega a ser en nosotros algo así como un segundo aliento cada vez que se desvanece algo y surge algo diferente que a lo mejor no es lo mejor. La civilización está practicando tener sexo, cuando el amor es el gobierno de nuestros actos, aun de los aparentemente más significantes, denotando de tal forma su indudable presencia en las cosas por lo que solo de manera arbitraria se puede hablar de una escisión entre civilización consiente y amor inconsciente, incurriendo así en el absurdo de mencionar un mismo fenómeno mediante el uso de dos vocablos. ¿Es comida o amor lo que necesitamos?

El concepto “civilizado” está cargado de confusión. Abrimos juicio acerca de la conducta de un hombre civilizado y del concepto que él mismo tiene de ella. Tenemos así una primera confusión a la que nos lleva el vocablo “civilizado”. Un hombre culto y civilizado sería aquel cuyo pensamiento está influido por sistemas, formas, signos y representaciones. Es ésta una construcción aberrante que, en lugar de asimilar actos y pensamientos, ha hecho crecer de manera desmesurada la cualidad tan propia de nosotros de deducir el pensamiento de los actos mismo.

Si nuestra vida carece de una incandescencia creativa en permanente cambio, ello se debe al hábito arraigado que privilegia la contemplación de nuestros actos, lo que nos extraña en apreciaciones acerca de lo que imaginamos sobre esos actos impidiendo que ellos actúen sin interferencia de nuestra parte. Esta capacidad es intrínsecamente humana y hasta diré que infiltra ideas que pudieron haber permanecido como divinas, ya que no creo en absoluto que el hombre haya imaginado todo lo sobrenatural sino que, por el contrario, ha concluido por corromper lo que la existencia posee de divino.

Urge un cambio radical de los conceptos acerca de la vida en momentos en que ya nada acompaña el curso de ésta. Creemos que de esta penosa división surge la revancha de las cosas, y dado que la poesía ya no la hallamos en nosotros la vemos resurgir transformada en el costado oscuro de las cosas: jamás como ahora se ha visto tal cantidad de crímenes cuyas aristas extravagantes tiene su origen en nuestra imposibilidad de acceder a la vida o de acceder a enamorarnos completamente de ella y los seres vivos.

Si la creación del teatro responde a la necesidad de dar lugar a que lo reprimido pueda expresarse, esa forma de inhumana poesía revelada en raros actos que vienen a alterar los hechos de la vida, (como esos momentos indescriptibles con el ser amado), prueban que tal fuerza primordial permanece intacta y que bastaría con orientarla en mejor dirección. Tenemos la capacidad de elección. El problema de esta capacidad está en la ceguera del dolor, del odio o quizá del miedo.

Aun habiendo necesidad de magia, en lo profundo sentimos temor a que la vida se desarrolle de manera plena bajo el signo de una auténtica magia.

Es conveniente que todo aquello que se ha ido convirtiendo en actitud mecánica y sin creatividad desaparezca y caiga en el olvido. De tal manera, sin limitaciones de tiempo y espacio, la del teatro, al igual que el amor, solo estará limitada por nuestras capacidades y ha de reaparecer con renovada energía. Y por eso es bueno que se produzcan cataclismos periódicos que nos obliguen a retornar a la naturaleza para rencontrarnos, el añejo mito de animales y piedras, de objetos cagados de energía, de vestimentas, los cambios de look, en síntesis, todo aquello destinado a capturar y encauzar fuerzas es para nosotros cosa ya no sin utilidad de la que no solo debemos extraer un beneficio artístico, estático, un beneficio de los espectadores y no de los actores (los que hacemos el día). Este es el peligro de todo, el miedo que nos detiene, que en general podemos sacar de todo éste cataclismo cuantiosas ganancias artísticas pero no significativas para nuestra noches en vela abrazando la almohada.

De igual manera, el misticismo es una creación al servicio de actores, que se manifiesta y fue creado para actores. Toda autentica manifestación artística se sustenta en los elementos originales que constituye lo místico, lo indescifrable, lo misterioso, hacia esa vitalidad incontaminada expreso mi admiración por tener su raíz en el misterio mismo de la vida y de los detalles de ésta. Ahora, lo que importa de todo esto es como mantener una balanza en la que nadie salga afectado, en la que todos ganemos. La vida es injusta, más que comprobado, pero esas mismas características del corazón de un actor deben servir de ejemplo para los que no lo somos en el teatro pero si en la vida. Ese don místico no de mutar a otras especies si ese de pretender ser los más natural y autentico que se puede, la capacidad de creencia, la capacidad de soñar, de renacer, de volver a sorprenderse, de enamorarse de cuanta cosa valiosa hay en la vida. Esa es una de la posibilidad que nos permitirán sobrevivir pero sin depredar a los demás. Es la transgresión del momento en que tres personas quedan solas en un balsa en el desértico mar, ¿Quién se come a quien? Son los planteamientos de Sartre. Me los como a los dos pero me quedo solo. Es decir, cuando pierde un ser humano, perdemos todos.

Lo que hace que ignoremos el sentido del amor al teatro, del teatro en el amor, o del amor en sí, es el concepto que los occidentales tenemos del esto y el beneficio que de ellos se obtiene. El autentico amor se distingue de su arrebato y de su pasión, de los detalles, de un adiós, de un perdón, de un abrazo no pedido, de un beso deseado, de compartir lo que importa; y eso, más que parecer occidental, oriental o del continente que sea, me parece: universal. Debemos romper pues, con las limitantes espaciales.

Compelidos como estamos a dormir o a desvelarnos, o a dormir pero despertar en pesadillas, y por esa razón observamos con ojos sin movilidad y por demás fijos en la conciencia, se hace dificultoso despertar y observar cuáles son los sueños y cuál es la realidad, o cuál duele más, en enceguecernos a no entender ninguno porque duelen de igual manera.Todo con la mirada que ya no sabe en qué ser utilizada, porque se vuelve hacia el interior y no de manera beneficiosa, porque ese epicentro no es más que un torbellino marítimo que provoca en ultimo instante la inacción. Sabemos que vamos hacia el hoyo y no hay más que hacer. Así surge la rara idea de una acción desprovista de interés, exasperada por ese anhelar del deseo de inacción.

Toda autentica imagen posee una zona oscura que la reproduce, y el teatro entra en decadencia desde que el actor supone dar libertad a esa especie de contraparte alterando así su unidad.De la misma manera que las  palabras (musicales) embebido de magia que se expresa en jeroglíficos acordes, el teatro también, como la vida, tiene su sombra, y de entre todos los lenguajes y artes es el único que a través de la sombra ha quebrado sus limitaciones. Así, desde un principio se dijo que dicha sombra no le imponía limitación alguna. Nuestra anquilosada idea del arte va enlazada con la de una vida sin sombra, y donde, no importa en qué dirección enfile, nuestro espíritu encontrará un completo vacío, cuando, por el contrario, el espacio permanece pleno, inalcanzable.

Pero el teatro autentico, que vive y se realiza en el uso de instrumentos vivos, permanece agitando sombras en las que la vida siempre ha encontrado obstáculos. El actor (me refiero al ser humano) que no reitera sus gestos pero continúa en su labor gesticulante, pero cierto arremete contra las formas y tras ellas recupera lo que sobrevivirá  a tal   maltrato y les da continuidad. El teatro (de la vida) que se vale de todos los lenguajes rencuentra su camino justamente cuando el espíritu, para manifestarse, siente la necesidad de un lenguaje. El  hombre al igual que las plantas y el teatro necesita de esa sombra que está dada por un sol.

El ejercido del teatro y del amor que no apuesta a nada en particular y que, sin embargo, utilizará todo lenguaje: gestos, sonidos, palabras, pasión, gritos, retorna la ruta original en el justo punto en que el espíritu necesitado de manifestarse está urgido de un lenguaje. El establecimiento de un determinado lenguaje para el teatro así como para el  amor: palabras escritas, música, luces, etc., la elección de un lenguaje, indica cierto gusto por sus efectos, y en ese caso la cristalización del lenguaje arrastra al teatro, el teatro la realidad y la realidad a una pared de verdades. Es pues, estancamiento del teatro en un lenguaje: escritura, música, luces, ruidos, señal que se encamina hacia la ruina en un corto tiempo, desde que la selección de un lenguaje denota un gusto por la pirotecnia de ese lenguaje, y esa momificación del lenguaje conduce a su esterilización. Así son las palabras, como que se las lleva el viento cuando se intuye que no son verdaderas, cuando se teme por estar encerrado, a puerta cerrada en un mundo de falsedad. Es entonces que duele más la existencia y solo queda morir, el de apagar la candilejas y bajar el telón.

El núcleo de este problema, tanto para el teatro como para la vida, continúa siendo el de adjudicar un nombre y dirigir sombras, y el teatro así como las cosas significativas que no se sostienen en el lenguaje ni en las sombras, aniquila de tal manera las sombra apócrifas pero también allana el camino a un renacer de ésta a cuyo alrededor se agrupa el autentico espectáculo de la vida.

La destrucción del lenguaje con el objeto de acercarse a la vida es una forma de crear o recrear el teatro, de recrearse a si mismo. Pero es primordial descreer que este acto debe ser sagrado en todo momento, o sea, reservado. Aún más importante es sostener que no todos podrán lograrlo y que será necesario prepararse para que eso suceda.Esto no lleva a repudiar las limitaciones tan propias del hombre y sus poderes y a prolongar indefinidamente los límites de la llamada realidad.

Y para que esta perorata tenga sentido, diré que se deberá afirmarse ese sentido de la vida rejuvenecido por el teatro como representación de la  vida, allí donde el hombre se apropie de aquello que todavía no es y lo traiga a la existencia. Y que todo lo que aún no es, pueda serlo aun si nos atenemos, como hasta aquí, a se sencillos vehículos para el registro que palpita dándonos oxígenos a nuestro organismo. Solo es un poco de voluntad si así lo deseamos. Tenemos dos caminos, sea civilizado o no, siempre, se ha dividido en dos. El de la compañía o el de la soledad, el de colectivo o el individual, el de amor, o el odio. Elijamos lo que más conviene a nuestra vida, con el raciocinio y con el corazón. Elijamos el lenguaje correcto con el que nos identificamos, elijamos decir te amo si lo sentimos y elijamos el silencio si no hay más nada que decir o por si callamos sin decir mucho y mejor actuamos, abrazando, besando, observando o simplemente escuchando (por eso de que el teatro está hecho de la utilización de los sentidos). De otro modo, si mencionamos el vocablo “vida”, ha de comprenderse que no me estoy refiriendo a ésta de la manera que se nos aparece en la periferia de los hechos sino desde esa suerte de endeble e inquieto núcleo que las formas no llegan a tocar. Entonces, solo entonces, ya no exitirán las carteleras, las salas de espectáculos, los histriónicos o saltinbanquis, los mimos o los bailarines, será el momento en el que ya no necesitaremos del teatro... inclusive el cine. Si hay un elemento intrínsecamente maldito en este tiempo, ése es el servilismo tanto como para el arte como para la vida (“como trabajar para…”), con que permitimos que nos deslumbren las formas en lugar de ser como hombres gesticulantes que se sobreponen a las hogueras que los envuelven. Como actores que no trabajan servilmente para un teatro donde fingen falsamente el amor, sino como amantes que actúan construyéndolo en la vida misma.

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